Cómo diferenciar la compasión del querer "salvar"

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Tal vez hayas escuchado esta frase en alguna de sus formas: “Cada persona es responsable de sí. Sólo la propia persona puede rescatarse, y para eso tiene que querer cambiar”.

Quizás sabemos esto y hasta lo creemos en un nivel intelectual. Sin embargo, cuando vemos sufrir a alguien que amamos y creemos conocer un camino mejor para su vida, es bastante difícil no reaccionar. 

La mayoría de las personas hemos aprendido con el ejemplo que el sufrimiento o los sentimientos difíciles “no deben” durar demasiado, y deben aislarse o modificarse si queremos evitar un terreno peligroso. Incluso si hemos aprendido a recibir nuestros propios sentimientos difíciles — que desde luego forman parte de la vida y pueden ser una oportunidad para aprender y crecer — puede que nos siga siendo desafiante observar y acompañar a un ser querido que enfrenta problemas o que está atravesando dificultades emocionales. ¡Y más aún si creemos tener una solución clara para la situación! En esas coordenadas puede que sintamos que se nos acumula tensión por dentro y una sensación de urgencia de intervenir y tratar de “rescatarles”. O puede que la situación nos resulte tan difícil de soportar que querramos poner un límite rígido, dar la espalda al problema y decir algo como: “es tu problema, tienes que resolverlo tú”.

¿Cómo puedes mantenerte presente y en conexión con tu compasión natural frente al dolor de un ser querido y al mismo tiempo establecer límites al servicio de la vida? 

El primer paso es reconocer y aceptar tu experiencia interior empezando por permitirte estar con tus pensamientos y juicios internos que te dejan con enojo, resentimiento o desesperanza. Para eso, da un paso atrás, respira hondo y observa lo que piensas sin juzgarte por eso. Tu pensamiento puede ser algo así: 

“¿Pero por qué no me escucha? Si lo hiciera le iría mejor… ¿Por qué no se despierta de algún modo y escucha mis consejos? ¿Cómo puede tomar decisiones como esas? No sabe lo que le conviene.”

No importa el nivel de intensidad que observes en tus propios pensamientos, recuerda que todos los juicios no son más que señales de que algo importante está en juego para ti. Y que hemos recibido, desde nuestra infancia, condicionamiento en dirección a evaluar y juzgar, por eso nos sale tan fácilmente, aunque no siempre contribuya con la vida o apoye la conexión.

El segundo paso es tomarte un momento para brindarte autoempatía. Observa tus pensamientos y conectalos con tus sentimientos y necesidades. Tu diálogo interno puede sonar como esto:  

“Cuando veo a esta persona pasar por esto, siento mucha tristeza y frustración. Su salud y su felicidad realmente me importan mucho. Siento confusión de verle tomar las decisiones que toma. Ojalá pudiera entender mejor lo que le sucede. Quiero ayudar, y al mismo tiempo quiero mostrar respeto. Entonces siento impotencia y atascamiento respecto a esta situación.”

En tercer lugar, una vez que te hayas permitido sentir y recibir tu propia experiencia interna con autoempatía, verás que ya cuentas con más recursos para atender a tu ser querido compasivamente. Podrías comenzar por recordarte que esta persona - como todoas los seres humanos - siempre está haciendo lo mejor que puede en cada momento, con lo que ve y los recursos emocionales, espirituales, físicos y mentales a los que tiene acceso. El regalo más grande que puedes ofrecerle a una persona que amas es aceptar el momento de la vida en que se encuentra y la confianza en que encontrará su propio camino. 

En cuarto lugar, desde esta energía de aceptación compasiva, puedes intentar conectar con la persona desde una curiosidad cálida hacia sus sentimientos y necesidades; es decir, ofreciéndoles empatía. Esto puede hacerse en silencio, en tu corazón, o verbalmente en un diálogo. 

Y aquí es importante recordar un concepto fundamental del Diálogo Consciente y Compasivo y la Comunicación No Violenta: las necesidades no están directamente vinculadas a una persona, cosa o comportamiento específico. 

Entonces, en lugar de usar la frase: “¿Necesitas que yo te ayude?” o “¿Necesitas que él te brinde su apoyo?”, buscamos frases como: “Estoy entendiendo que te vendría bien algo de ayuda y apoyo en los que puedas confiar ¿Es así?”.

Quizás antes de probarlo en voz alta quieras familiarizarte más con la lista de sentimientos y necesidades universales que es una herramienta esencial para brindarte autoempatía y ofrecer empatía a otras personas. 

Aun así, a veces puede ser muy difícil ofrecer únicamente una presencia compasiva y empática cuando ves sufrir a alguien que amas. 

Si eres de las personas que tiene la tendencia de intentar “salvar” a otras, podrás notar que tu intento de ofrecer empatía puede a veces perder su centro y transformarse, más o menos conscientemente, en dar consejos, consolar, animar, analizar, recomendar, etc. Si esto sucede y logras notarlo, es un buen momento para hacer una pausa y volver a centrarte enfocándote en tu propia experiencia, reconociendo que estás en una situación difícil, aceptando cualquier sentimiento que surja en tu interior y ofreciéndote más autoempatía. 

Por otra parte, si eres de las personas que tienden a alejarse del dolor ajeno, puede que no tengas disposición para ofrecer empatía en absoluto. Tal vez piensas que si ofreces empatía de algún modo te muestras de acuerdo con la persona o asumes responsabilidad por sus sentimientos o necesidades.  

En esos momentos, puede que te ayude recordar que la definición más sencilla de la empatía es la de una intención que dice: “estoy escuchando tu corazón y me importas”. No hay nada en esa frase que indique que vas a “salvar” a alguien, o que las otras personas deben cambiar, o que algo es correcto o incorrecto. Se trata simplemente de estar presente con un corazón amoroso frente a la experiencia de la otra persona. 

Al mismo tiempo, recuerda que puedes no encontrarte con recursos o disponible para ofrecer empatía, y que puedes aceptar eso también como tu experiencia interior de ese momento. Esto también puede servirte como una pista para volver a la autoempatía. 

A veces limitarte a ofrecer empatía es una vía indirecta de establecer un límite. Si éste fuera el caso, como podría serlo también la reacción antes mencionada  en la que alguien dice “es tu problema; tienes que resolverlo tú”, esto podría transformarse en un límite que esté más al servicio de la vida a través de lo que llamamos “expresión honesta”. Cuando haces esto, expresas tu experiencia interna a tu ser querido junto con el límite que deseas establecer, lo que podría sonar así:

“Me resulta difícil escuchar lo que dices porque tu salud y tu felicidad me importan mucho, y siento el impulso de intentar rescatarte. Y al mismo tiempo, quiero respetar tus decisiones. Así que voy a escucharte y sólo ofrecerte empatía a menos que me pidas algo directamente.”


PRÁCTICA

Conecta con tu propia necesidad de ver a las demás personas alcanzando su plenitud, en especial a quienes amas profundamente. En ese sentido tal vez te ayude imaginarlas felices y prosperando en la vida en tu práctica de meditación. 

Toma un momento ahora para pensar en alguien en particular a quien amas, que está sufriendo y a quien desearías poder ayudar. Cierra los ojos y deja que tu cuerpo se relaje. Invita a fluir a tus propias emociones: quizás sientas enojo, frustración, exasperación, desánimo o dolor profundo. A medida que vayas conectando con tus necesidades, puede que surja más dolor en ti. Respira imaginando que el aire va a tu corazón y date el permiso de experimentar tu duelo. 

Siente cómo aceptas tu propia experiencia. Cuando llegue la aceptación, notarás sentimientos de paz y expansión. A medida que vas relajándote, comienza a ver a esta persona no solo como es ahora, sino como alguien que está en su propio camino hacia el despertar, con sus idas y vueltas, dolorosas y alegres. Permítete descansar en la confianza de que esta persona está sostenida y cuidada por algo muy superior a ti. Imagínate entregando a esta consciencia superior el bienestar de esta persona. Siente el alivio y la liberación que esto te trae.